El Castillo de Egaña es de
cuentos
Hacia 1825, en épocas de Bernardino Rivadavia el general Eustoquio Díaz Vélez, protagonista del proceso revolucionario iniciado en mayo de 1810, y de las luchas por la independencia, adquirió por la Ley de Enfiteusis algo más de 17 leguas en la zona del Fuerte Independencia, hoy Tandil. Poco después, sumó 20 leguas más dando origen a una inmensa estancia, a la que en honor a su esposa, Carmen Guerrero y Obarrio, bautizó con el nombre de “El Carmen”.
Treinta y un año más tarde, cuando el viejo general murió en 1856, sus hijos, Carmen, Manuela y Eustoquio (h), hicieron efectiva la propiedad del latifundio y, tras la sucesión, el varón se quedó con la estancia, manteniendo su antigua denominación.
Millonario próspero y renombrado miembro de elite porteña, Eustoquio Díaz Vélez (h) acrecentó su fortuna a lo largo de su vida, dejó un suntuoso palacio en el barrio de Barracas y, cuando finalmente falleció en 1910, la estancia “El Carmen” se dividió entre sus dos únicos hijos varones: Carlos, que era ingeniero, y Eugenio, arquitecto de profesión, quien se quedó con la parte del viejo casco y también recibieron una fracción de territorio sus cuatro nietas.
Eugenio proyectó el edificio siguiendo un estilo ecléctico europeizante y trasladó desde Buenos Aires y Europa la mayor parte de los materiales de construcción: maderas, cristales, mármoles, luminarias, esculturas, cuadros, estufas labradas, entre otros. La obra se prolongó desde 1918 hasta 1930.
Parece que en el medio se presentó una rivalidad con Andrés Egaña, esposo de una de sus primas. La construcción habría empezado siendo con planta baja y primer piso, pero después Egaña comenzó a poner plantas para que quedara oculto. Entonces Díaz Vélez agregó la última planta y los miradores, y lo convirtió así en un verdadero castillo.
Su atractivo tiene que ver con la imponencia de una construcción de ese tipo en el medio del campo, apartado varios kilómetros de las ciudades más próximas y alrededor de 300 km de Capital Federal. Alejado hasta del asfalto porque se llega solo por camino de tierra, desde la ruta 30.
La construcción está en medio de un monte que la mantiene oculta hasta casi el momento en que se está frente a ella
Fue pensada como la estancia principal de la familia, que pasaba en ella largas temporadas junto a un pequeño ejército de sirvientes.
Si bien Eugenio en persona dirigió la obra los constructores y profesionales fueron traídos desde la Ciudad de Buenos Aires. El exterior del edificio encierra un curioso dato respecto a su arquitectura: la propiedad no tiene un frente definido. Todos sus lados cumplen la función de recepción, aunque a juzgar por las fotos existe una postal que revela siempre la misma cara como si se tratase de la principal.
Fue concebida en una época en donde la oligarquía terrateniente construyó muchas grandes estancias de imponentes cascos en sus prósperos establecimientos agropecuarios. Años en donde Argentina estaba posesionada como uno de los países más ricos y promisorios del mundo, aunque muchas de esas familias vivían por temporadas en Europa.
Resulta difícil pensar en semejante castillo de una estancia aristocrática sin inauguración.
El castillo se terminó de construir en 1930, y para celebrarlo, se preparó una gran cena de inauguración oficial.
La familia de Eugenio, amigos, y los trabajadores de la casa, se alistaban para un banquete destinado casi a un centenar de visitas. Todo relucía, nada faltaba a su lugar y la mesa estaba servida.
Sin embargo ese día mientras estaban todos los invitados en el castillo a la espera del dueño, que llegaría en tren desde Buenos Aires. Esperaron por varias horas hasta que llegó por el telégrafo el anunció de la noticia menos esperada, la información de su muerte de un infarto, en su caserón porteño en Barracas, ubicada en el terreno donde se encuentra ahora el Hospital General de Niños Pedro de Elizalde, popularmente conocido como Casa Cuna. La noticia fue tan inesperada e inoportuna que todos los presentes se fueron, de repente, dejando todos los preparativos para la fiesta, inclusive las mesas servidas cubiertas con manteles de lino del Nilo, cubiertos de plata, copas de cristal de Bohemia, valija de porcelana de Limoges, etc…. Su única hija y heredera como su esposa, nunca más volvieron al lugar, arrendaron las tierras, administradas por la Casa Bullrich y Cia. mientras el casco estuvo cerrado durante 30 años hasta 1960".
Nelly, una vecina mayor del pueblo de Egaña, recuerda que en su infancia solía ir a jugar a los alrededores del castillo y mirar a través de una reja los vestigios de lo que fue la frustrada cena de inauguración. "Los vidrios de la ventana estaban rotos y se llegaba a distinguir lo que había en su interior. Veía la mesa puesta con los platos y las copas", afirma la señora.
Todo parece indicar que no fue una decisión acertada el arriendo de las tierras. Los actuales descendientes coinciden en afirmar que, desde entonces, se inició la lenta y persistente decadencia de la estancia y su fabuloso edificio sin mantenimiento ni custodia sufrió el deterioro del tiempo como del ingreso de personas al lugar que fue produciendo saqueos de las muchas pertenencias que en su interior: muebles, adornos, piano, cuadros, canillas de oro, mármol de Carrara, etc. El desmantelamiento terminará con la subasta de lo que quedaba.
En 1958, bajo la gobernación de Oscar Alende (UCRI), el proyecto de reforma agraria, alentado desde los días del presidente Perón, finalmente tocó a las puertas de la estancia; y, con la intensión de implementar planes de colonización y afincar a pequeños propietarios rurales, la inmensa propiedad fue expropiada por la provincia, según ley 5.971, del 2 de diciembre de 1958 y ley 6.258 del 14 de marzo de 1960. De este modo, los antiguos arrendatarios se convirtieron en propietarios de las tierras que antes alquilaban, apoyados por créditos del Banco de la Provincia de Buenos Aires.
El Ministerio de Asuntos Agrarios creó entonces la colonia Langueyú, dentro de la cual quedó gran parte de la estancia San Francisco y su reputado casco.
En 1965, el gobernador Anselo Marini (UCRP) transfirió el casco al Consejo General de la Minoridad (mediante decreto 5.178/65) con la intensión de convertirlo en un hogar/granja que, en realidad, terminó convertido en un reformatorio. Sus 77 habitaciones, 14 baños, dos cocinas, lavaderos y talleres volvieron a vivir mientras se hicieron adaptaciones acorde a las necesidades de los nuevos habitantes, perdiendo parte del estilo original. Eduardo Burg se constituyó como administrador y director suplente del instituto para menores con problemas de conducta.
Uno de los jóvenes que albergó la institución al cumplir la mayoría de edad, debió abandonar la propiedad, y gracias a la ayuda del ex director suplente consiguió trabajo en Rauch, aunque no le agradó y regresó al establecimiento para trabajar como celador de los menores. En 1974, en un episodio que no quedó aclarado aquel joven tomó un arma y asesinó de siete disparos a Eduardo Burg.
Los menores entonces fueron trasladados y el castillo quedó, una vez más, deshabitado y abandonado.
Actualmente pertenece al Ministerio de Asuntos Agrarios de la Provincia de Buenos Aires entregado en comodato a la municipalidad de Rauch.
Lamentablemente no he podido encontrar fotos de su plenitud.
Fuentes:
https://leerdelviaje.com
https://infocielo.com
https://www.conocelaprovincia.com.ar
https://viapais.com.ar
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