De
objeto a sujeto de arte,
Christina
Robertson
Así se autorretrató Chistina Robertson, una de las pocas mujeres que trascendió en la historia del arte por ser pintora, a comienzos del siglo XIX.
Desde antaño se destacaron las figuras femeninas, ya fuera de deidades o de nobles, sin embargo si bien el dibujo y la pintura se enseñaba a las niñas de buena posición a partir de la modernidad, se esperaba que fuera sólo un pasatiempo; que pintaran flores, animales domésticos o alguna naturaleza muerta que quedaran a la vista sólo de la familia. Escasas son las mujeres que podemos encontrar mencionadas en
los libros de historia del arte como artistas y no retratadas. Una de las pintoras destacasdas en la pintura del siglo XVIII-XIX es Christina
Robertson, una de las que pasó de ser objeto retratado a sujeto artístico creador.
Si bien no hay muchos datos sobre su vida, sabemos que su origen era escoces, pero sin embargo, se destacó como retratista en la corte imperial rusa, estaba casada y debió hacerse cargo del sustento de sus hijos.
Christina nació con el apellido Sanders, en la ciudad
escocesa de Fife en 1796, en el seno de una familia de artistas. De allí que habría recibido formación artística probablemente dentro de su hogar.
Inicialmente se destacó como
miniaturista, un género que tenía gran éxito en aquellas épocas previas a la fotografía. Luego saltaría a los retratos.
Contrajo nupcias con otro artista, James Robertson, y desde 1822 adopta su apellido de casada. Inicialmente la pareja se estableció en Londres y se sabe que tuvo ocho hijos, de los cuales sobrevivieron sólo cuatro.
Desde su estudio londinense, Christina empezó a participar en las
exhibiciones anuales de la Real Academia de Londres y Edimburgo y expuso su
obra en distintos centros artísticos. Su talento fue reconocido en 1829 cuando
se convirtió en la primera mujer en recibir el título de miembro honorífico de
la Academia Escocesa.
Siendo París la capital del arte, Christina realiza varios viajes hacia ese faro de las bellas artes, donde entró en contacto con clientes rusos, entre ellos Anna Sheremeteva (derecha), que con
el tiempo le abrirían las puertas del Palacio Imperial de San Petersburgo.
Mientras tanto, sus trabajos se incluían también en periódicos y revistas que aumentaron su fama y notoriedad.
Su gran oportunidad llegó en 1839 cuando la pintora participó en una
exhibición de la Academia de Arte en San Petersburgo donde fue aclamada por el
público en general y la crítica en particular. Su fama llegó a la corte rusa
donde al año siguiente fue llamada para retratar a Nicolás I y su esposa la
emperatriz Alexandra Feodorovna.
En este retrato de Maria Nikolaevna con sus hijos, como en el anterior de Anna se observan las características del romanticismo, figuras femeninas en ambientes palaciegos, donde se destacan las vestimentas, cortinados, lámparas y otros objetos que muestran la jerarquía social que ocupan y la mirada melancólica en la exageración de los sentimientos sobre la razón.
Lo mismo se puede observar en la imagen de la Gran Duquesa Maria Alexandrovna que se encuentra a la derecha o en el de la Duquesa Zinaida Yussupova, abajo a la izquierda.
En 1841 era elegida miembro de la
Academia de Arte rusa y volvía a Inglaterra donde permanecería seis años.
A pesar de que continuó pintando para la familia imperial y recibió
encargos de distintos clientes de la alta sociedad, las hostilidades
ruso-inglesas originadas a raíz de la Guerra de Crimea, no fueron favorables
para una británica en tierras rusas.
Así sus últimos años de vida fueron angustiantes por el empeoramiento de su salud, la disminución
de encargos y los problemas económicos ocasionados por la falta de pagos de
algunos de sus trabajos.
A pesar de todo continúo en Rusia, la muerte la encontraría en
San Petersburgo en 1854, y su cuerpo descansaría eternamente en el cementerio de
Volkov.
Sus obras cayeron en el olvido hasta finales del siglo XX cuando comenzaron a tomar valor en las subastas tanto de Rusia como Escocia.
Fuente:
Sandra Ferrer en Grandes mujeres en la historia
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