Lamentablemente
para los argentinos es casi natural hablar de deuda externa, es un
concepto que lo traemos incorporado desde nuestro nacimiento. Sin
embargo, no pasa lo mismo con la deuda interna.
El diccionario nos dice que es la parte de la deuda nacional o pública de un país cuyos acreedores son parte de sus ciudadanos, en otras palabras lo que le debemos a la misma gente.
A estos changuitos la Argentina les debe: una vivienda digna, asistencia médica en caso de enfermedad y prevención en otros casos, vestimenta adecuada a las inclemencias del lugar, alimentación variada y segura cada día, acceso a una educación de calidad y los elementos que la misma requiere, tiempo para jugar, ya que el “trabajo de pastor o el que fuera ayudando a sus padres” desde muy chicos no les deja disfrutar de su niñez, entre otras ocupaciones, como la de ser padres de sus propios hermanos por la ausencia de sus padres que salen a trabajar.
Fortunato Ramos fue el guionista de la película nacional que lleva este nombre. Fortunato, que había sabido ser maestro rural en la Puna, describía la infancia en esos lugares.
Mi escena favorita es cuando regresan de la capital de su provincia al paraje el maestro y el niño que coprotagonizan la historia, y Verónico, el changuito, dice "estuvimos en Argentina". Así se marca claramente el sentimiento de abandono y exclusión que viven miles de niños.
Por más que el maestro izara la bandera todos los días, le enseñara el himno nacional y a portar la escarapela, y le brindara conceptos teóricos sobre nuestro territorio, población, gobierno, historia, el niño no podía sentirse argentino, no podía sentirse perteneciente.
Algo similar le pasará a esta mujer que bajó del cerro y se acerca por el lecho del río al camión proveedor que sólo pasa una vez por semana cerca de su casita, construida con materiales naturales y que en su terreno todavía conserva un par de andenes o terrazas de cultivo que le transmitieron sus ancestros. Ubicada a varias horas de la ciudad más cercana, Iruya, carente de cualquier servicio.
En el sur de Salta el gobierno instaló en las viviendas paneles solares para brindarles electricidad y sólo le cobra un monto mínimo mensual, sin embargo en el N de esa provincia todavía no llegaron los paneles, mientras en poblaciones como Amblayo tienen un generador que abastece a todo el pueblo que funciona a combustible y envuelve un paisaje paradisíaco con un ruido perturbador..
La misma resignación que muestran las caras de otros pobladores que tienen como única opción de transporte para llegar al paraje rural donde viven, la caja del ese mismo camión, que sólo pasa una vez a la semana, de lo contrario, como lo hacían sus mayores, deben caminar varias horas o montar burro por el cauce pedregoso del río.
El diccionario nos dice que es la parte de la deuda nacional o pública de un país cuyos acreedores son parte de sus ciudadanos, en otras palabras lo que le debemos a la misma gente.
A estos changuitos la Argentina les debe: una vivienda digna, asistencia médica en caso de enfermedad y prevención en otros casos, vestimenta adecuada a las inclemencias del lugar, alimentación variada y segura cada día, acceso a una educación de calidad y los elementos que la misma requiere, tiempo para jugar, ya que el “trabajo de pastor o el que fuera ayudando a sus padres” desde muy chicos no les deja disfrutar de su niñez, entre otras ocupaciones, como la de ser padres de sus propios hermanos por la ausencia de sus padres que salen a trabajar.
Fortunato Ramos fue el guionista de la película nacional que lleva este nombre. Fortunato, que había sabido ser maestro rural en la Puna, describía la infancia en esos lugares.
Mi escena favorita es cuando regresan de la capital de su provincia al paraje el maestro y el niño que coprotagonizan la historia, y Verónico, el changuito, dice "estuvimos en Argentina". Así se marca claramente el sentimiento de abandono y exclusión que viven miles de niños.
Por más que el maestro izara la bandera todos los días, le enseñara el himno nacional y a portar la escarapela, y le brindara conceptos teóricos sobre nuestro territorio, población, gobierno, historia, el niño no podía sentirse argentino, no podía sentirse perteneciente.
Algo similar le pasará a esta mujer que bajó del cerro y se acerca por el lecho del río al camión proveedor que sólo pasa una vez por semana cerca de su casita, construida con materiales naturales y que en su terreno todavía conserva un par de andenes o terrazas de cultivo que le transmitieron sus ancestros. Ubicada a varias horas de la ciudad más cercana, Iruya, carente de cualquier servicio.
En el sur de Salta el gobierno instaló en las viviendas paneles solares para brindarles electricidad y sólo le cobra un monto mínimo mensual, sin embargo en el N de esa provincia todavía no llegaron los paneles, mientras en poblaciones como Amblayo tienen un generador que abastece a todo el pueblo que funciona a combustible y envuelve un paisaje paradisíaco con un ruido perturbador..
La misma resignación que muestran las caras de otros pobladores que tienen como única opción de transporte para llegar al paraje rural donde viven, la caja del ese mismo camión, que sólo pasa una vez a la semana, de lo contrario, como lo hacían sus mayores, deben caminar varias horas o montar burro por el cauce pedregoso del río.
Con una sonrisa afrontan el inicio de semana, los profesores de la escuela secundaria del Paraje Las Higueras, El Porongal y Mesada Grande. En los cinco días que permanecerán en el cerro rotaran por los tres caseríos. Lo harán caminando varias horas entre los distintos destinos. Además de sus ropas trasladan fotocopias para trabajar porque a la habitación que se convirtió en colegio no se la proveyó de libros. Para ellos el estado de la Provincia de Salta, les brinda por alojamiento, una pieza para que compartan los tres y sin baño, para lo que recurren a la generosidad de una vecina que les comparte una letrina. Y sueñan con un helicóptero que los reparta.
También comparten la caja de aquel camión los agentes sanitarios, preparados para cuidar de la salud de esas gentes. Con botiquines bien provistos, sólo una vez al año reciben la visita de un médico. Así las cosas deben actuar frente a cualquier enfermedad, accidente o emergencia y si el cuadro se complica tienen una radio que los conecta con el hospital de Iruya, que no puede enviar ambulancias, por lo que por las ondas radiales los médicos los guían y asesoran. Seguramente tienen muchas anécdotas duras porque les toca responder ante personas que conviven con ellos toda la semana, se convierten en amigos, compañeros de futbol y después con toda esa carga emocional los deben salvar.
Como popularizó el documental Río Arriba, esta zona sufre de deslaves, ellos llaman "volcanes" que se producen por el aumento de las precipitaciones por el calentamiento global y hay quienes dice, por el abandono del mantenimiento de los viejos andenes de cultivo. Aquí se ve la marca de un último alud de agua, piedras y lodo.
Abajo vemos un paraje rural distante 8 hs caminando o 3 en camión, de Iruya usando el cauce del río para comunicarse, porque ni siquiera, hay trazado un camino, y que en verano con el aumento del caudal del río queda aislada. Como se puede apreciar en las construcciones de adelante de la fotografía los volcanes han destruido alguna dependencias de la escuela y casas particulares.
¿Como será vivir con el miedo a los
volcanes?.
Este
paraje
que ostenta orgulloso la capilla en honor de la Santa Rosa de Lima,
cuenta con la presencia del sacerdote, sólo para esa
fecha. Imagino que
el cura tiene mucha actividad en Iruya y no puede ir a visitar más
seguido el paraje donde la
mayoría de la población es mayor, se han quedado enfrentando soledades,
achaques que trae la edad, ya que los
jóvenes migraron en busca de fuentes de trabajo. Seguramente el
sacerdote además tiene más comodidades en la cuidad que las que le puede
brindar el cerro.
El paraje
Las Higueras no cuenta con electricidad a excepción de los paneles solares que
tiene la escuela primaria y le permite ver dos horas de TVDigital o películas a los chicos
en su jornada de doble turno.
Allí dos maestros ejercen su profesión ante una treintena de niños desde preescolar hasta 7º grado en una escuela con modalidad albergue, haciéndose cargo no solo de las tareas habituales a nuestra profesión sino también velan por su sueño, por su alimentación, su salud y todo tipo de necesidades que se presenten en el tiempo que se encuentran bajo su cuidado.Las carencias son muchas, pero mayor es el amor y la entrega que realizan maestros, profesores secundarios y agentes sanitarios, me resta preguntarme cuantas comunidades en mi país están en similares condiciones y un enorme agradecimiento por hacer patria en los confines norte de nuestro territorio.